A dos años de la masacre de Maicao

A dos años de la masacre de Maicao

El pasado 8 de noviembre, se cumplieron dos años de la masacre de Maicao, en La Guajira, y la pregunta que todos nos hacemos, cómo ocurrió tan macabro suceso, es tener que recordar, remembranzas llenas de lágrimas que asoman de las madres que perdieron a sus hijos, tíos que perdieron a sus sobrinos, hermanos que nunca más podrán encontrar en los consejos fraternos un consuelo. Sí, es recordar una mañana que pese a su luminosidad se tornó oscura y lúgubre por la sangre derramada, sangre Wayúu.

 

 

Ese 8 de noviembre de 2008, alrededor de las 10:45 a.m., un grupo de personas (familias), se encontraban reunidos, en una residencia del barrio Santander de Maicao (La Guajira), fueron sorprendidas por una intempestiva ráfaga de balas propinadas por dos presuntos sicarios quienes en forma demencial ingresaron disparando; poco importó a quien herían, poco importaron los muertos, su único cometido era matar.

Ese día, murieron sin saber por qué, Eider Manuel Barros Palmar (20 años), Rafael Antonio Valdeblánquez Barros (24 años), María Amalia Epiayu Ipuana (38 años), José David Mindiola Gámez (22 años), Carlos Iguarán Acuña (28 años) y Arturo Iguarán Acuña (29 años), tres de los cuales, aumentaron el largo recuento de muertos Wayúu. Resultando gravemente heridos, Charles Valdeblánquez, Laura Barros Ipuana y Xenia Zeneth Gómez Hernández. Un mes después, en Valledupar (Cesar), fue asesinado por desconocidos, Juan Segundo Mejía Barros (26 años).

Han trascurrido, dos años de la masacre, la impunidad duele, en las entrañas y en la sangre derramada, pareciera que la justicia, no va a llegar nunca a la familia. Pese a que fue capturado uno de los presuntos sicarios, hoy en día no se sabe absolutamente nada sobre las motivaciones y los determinadores de este hecho lamentable que truncó varias vidas.

Perseguidos por los fantasmas de la impunidad, y llenos de angustias, incertidumbres y dolores, las víctimas y los sobrevivientes de la masacre de Maicao, atravesados por la injusticia, somos doblemente discriminados. Pertenecer al círculo familiar e íntimo de José María Barros Ipuana, conocido coloquialmente como “Chema Bala”, llevó a las autoridades a acudir a la tesis de que el atentado sicarial obedeció a un “ajustes de cuentas” o “a retaliaciones” o “a vendettas” entre narcotraficantes, haciendo que la tan añorada justicia se aleje cada vez más de nosotros; como si ser familia de “Chema Bala” justificara una masacre, justificara la muerte de una mujer preñada, acabar con la vida de hijos e hijas, sobrinos y sobrinas. Hoy nuestro padre, se encuentra condenado –pese a las significativas dudas razonables que aún persisten acerca de la dimensión real de su responsabilidad en los hechos que lo tienen tras las rejas– y todos sus familiares y allegados hemos sido tratados como sospechosos.

La ley, esa que debe protegernos, nos condena y así, las víctimas hemos sido clasificadas en odiosas categorías según las cuales quienes no encajamos en el ámbito de la “Ley de Justicia y Paz”, en la práctica es como si no existiéramos.

No resta más que esperar que pronto nuestros derechos sean plenamente reconocidos y restituidos; gravados quedarán estos dolorosos sucesos en nuestra familia, impidiendo que el polvo llegue a nublar, el recuerdo nuestras víctimas.

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