Alejandra Camargo Cabrales: ¿un caso más?

Esta niña, cuya conciencia social no la “recogía del piso”, era privilegiada gracias al esfuerzo de su madre y abuelos por brindarle, dentro de lo posible, una buena educación y una alimentación balanceada.

Pero a Alejandra no le importaban los esfuerzos de sus progenitores, pues sólo pensaba en los menos afortunados: sus vecinitos, los niños con los que compartía cada día de su vida. Su mejor amiga era Mime, una desafortunada coetánea. Como Alejandra, Mime era hija de madre soltera. Pero la madre de Mime no tuvo acceso a la educación, así que sus oportunidades laborales eran ínfimas. Así, si Mime desayunaba, no almorzaba ni comía.

Pero Alejandra notó, con demasiada preocupación para su edad, que no era justo ver sufrir a una niña por hambre, y que lo que en su casa abundaba, en la de Mime faltaba sin justicia divina. Y, para que su amiguita no sufriera por la escasez de alimentos, Alejandra la invitaba a su casa, cada tarde, y le ofrecía su comida. Esta niña, tan pequeña entonces, se “sacaba la comida de la boca” para satisfacer una necesidad básica insatisfecha de otra niña.

El altruismo precoz, Alejandra lo heredó de su abuelo: René Cabrales Sossa. Quien fue el presidente del sindicato de trabajadores de la Universidad de Córdoba hasta el momento de su mayor desgracia, la noche del 10 de junio de 1996. Noche en que lo sorprendieron con una ráfaga de plomo donde residía con su mujer, su hijo, sus hijas y su nieta Alejandra en aquél olvidado barrio de Montería.

René no esperaba que la recompensa por defender los derechos de los obreros explotados fuera la muerte de su amada nieta. Siempre actuó como Jesucristo, repartiendo pan al hambriento y agua al sediento. Pero sus misiones, muchas veces, eran quijotescas. Se convirtió, así, en la piedra en el zapato para los sanguinarios miembros de las AUC. Paramilitares y narcotraficantes, quienes robando y asesinando a los más débiles, se apoderaron de Córdoba. También hicieron numerosas masacres (Mapiripan, El Aro, La Gabarra, El salado) comandados por “el mono Mancuso” o “triple cero”, apoyados por el ejército y otras instituciones del estado colombiano. Dejaron campesinos sin su tierra, a madres sin hijos y mujeres sin marido. No les importaba. Sólo deseaban tierras y poder.

Luego estos exterminadores se metieron en la Universidad de Córdoba para adueñarse de esta entidad del Estado. René quiso impedirlo como muchos otros voceros del pueblo. Fue inútil. Sus deseos de redentor lo hicieron crucificar. Se convirtió en objetivo militar para el gran verdugo: Salvatore Mancuso. Este, sin misericordia (palabra que desconoce) dio órdenes de matarlo en su casa con toda su familia. Pero René se salvó, el resto de su familia también.

Fue Alejandra quien no escapó al destino: una bala en la cabeza cegó su vida y sus deseos de defender, como su abuelo, los derechos de los menos favorecidos en esta sociedad que se derrumba en silencio ante los ojos indiferentes de la mal llamada justicia.

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