CUANDO LA MUERTE CABALGÓ EN SEGOVIA

La noche de aquel 11 de noviembre prometía ser de esparcimiento, como la de todos los viernes que era día de pago en Segovia. Había mucha afluencia de gente, los trabajadores de la mina se daban cita, los amigos se encontraban para divertirse y a compartir en medio de cervezas y tragos. La gente salía a dar su paseo nocturno, en compañía de la familia, los que le apostaban a la suerte se encontraban en el puesto de chance, una vez más, con el sueño de salir de pobre, quizás si un golpe de suerte los acompañaba. Los creyentes estaban en la iglesia con el todo poderoso, seguramente para suplicar, que las amenazas de la toma del pueblo, no se hicieran realidad.

 

La noche de aquel 11 de noviembre prometía ser de esparcimiento, como la de todos los viernes que era día de pago en Segovia. Había mucha afluencia de gente, los trabajadores de la mina se daban cita, los amigos se encontraban para divertirse y a compartir en medio de cervezas y tragos. La gente salía a dar su paseo nocturno, en compañía de la familia, los que le apostaban a la suerte se encontraban en el puesto de chance, una vez más, con el sueño de salir de pobre, quizás si un golpe de suerte los acompañaba. Los creyentes estaban en la iglesia con el todo poderoso, seguramente para suplicar, que las amenazas de la toma del pueblo, no se hicieran realidad.

Tal vez, este nuevo episodio no sorprendería al país por más de un minuto, pues desde mediados de los años ochenta, las masacres se estaban imponiendo en Colombia como una estrategia que los paramilitares implementaron para ‘recuperar’ la soberanía de los territorios controlados por las guerrillas. No hacía mucho, el 6 de octubre, habían ejecutado una masacre
en Ocaña que había dejado 17 comerciantes muertos.

El país se estremeció pasajeramente con la dolorosa noticia de la masacre en Segovia. No dejo de ser una crónica cronométrica de noticiero. Pero para los segovienses, ese 11 de noviembre de 1988, parece no haber terminado jamás.

La estrategia de barbarie, siempre estará por encima de la gente

Faltaban 20 minutos para las siete de la noche, cuando tres camperos empezaron su cruel recorrido por las diferentes calles del municipio, repartiéndose de manera estratégica para lograr su cometido.

¿Quiénes eran sus ocupantes?, bárbaros macabros, vestidos de militar, ¿cuál era su misión?, convertir este apacible municipio en un río de sangre. Río de sangre, que demostraría una vez más, que la estrategia de la barbarie, siempre estará por encima de la gente, sin importar edad, color, condición social, ni credo religioso.

Las risas, la música y la algarabía, fueron reemplazadas por una conversación iniciada por balas. Sus respuestas: gritos de dolor, pánico y súplicas, incapaces de impedir el final, de evitar el discurso violento de las municiones.

La contradicción reinaba entre los segovianos que habían podido identificar a algunos de los artífices de aquella masacre.

“¿quiénes son?”

“Ese que va manejando es un policía y el que va al lado es un cabo del ejército, los otros no sé”. El carro siguió. “Suba y disimuladamente anote las placas del carro”.

“El número era 5084, las letras no me acuerdo, todo me pareció muy raro y en esos días había mucha alarma en el pueblo, porque había mucha amenaza, se hablaba de una masacre y uno andaba como pendiente, el carro subió y luego reversó, vuelven y pasan, iban en contravía, se acercan, me miran y siguen, iban con ponchos. Lo que me llamó la atención es que el carro tenía un sonido muy raro, era como si estuviera muy pesado, era un jeep blanco con crema, era carpado, y dentro del carro iban en la parte de atrás cuatro hombres, no estaban sentados sino acuclillados, me pareció muy raro, dentro del carro habían cosas tapadas con ponchos. Más adelante paran en el bar Johny Kay. Todos se bajaron del carro al mismo tiempo, uno de los que iba atrás, se tiró del carro con un arma muy grande, no sé cómo se llama ese aparato, pero son de esas que se paran en patas; el tipo se cayó con el aparato, los otros lo ayudaron a pararse, y al primero que matan es al primo de un chancero que estaba ahí. Afirma un sobreviviente de la masacre.

Luego lanzaron una granada de fragmentación en el interior del establecimiento. Las personas, iban cayendo asesinadas, una a una como fichas de dominó. La sangre formó un gran río espeso, tal y como lo habían anunciado los pasquines que, días atrás habían sido repartidos en el pueblo: “pronto estaremos en Segovia, las calles del pueblo derramarán sangre”.

Todo era confusión, la gente no entendía qué pasaba, solo atinaban a correr y salir del centro. Algunos corrieron hacia la plaza principal buscando el muro, cerca al Comando de Policía, para protegerse; pero

“los paramilitares por detrás les dispararon. Todos quedaron ahí, unos abrazados con otros”, cuenta un testigo y sobreviviente de la masacre y agrega “… Ese carro yo lo había visto antes en el pueblo, lo reconocí porque hacía
diez días habían matado, al parecer desde ese campero, a un muchacho, y toda la gente reconocía el carro, era de Puerto Berrío, un lugar que queda como a cuatro horas de Segovia”.

La abrupta e interminable balacera, se replicaba más allá del centro. En varios barrios del pueblo, los otros dos camperos tocaban el concierto de la muerte.

Simultáneamente, otro vehículo hacía lo suyo en la calle La Reina: un callejón sin salida. Sobrevivientes de la masacre cuentan que los asesinos pasaron casa por casa, buscando a sus víctimas:

“Para el lado de La Reina, mataron al ‘Zaino’ en la puerta de la casa, era un mecánico y era de la UP. Después mataron a un niño que tenía entre nueve y diez años, era hijo de Virgilio, también un compañero de la Unión Patriótica, más abajo mataron a una familia, creo que a 3; ellos eran familiares de una compañera de la UP”.

A la luz de la Confusión

“Yo estaba en mi casa y empecé a escuchar esa balacera, pero como en esos días la alcaldesa, Rita Tobón, había hecho colocar la luz a tres barrios de por ahí cerca, pensé que era la gente celebrando, que estaban contentos por la luz que habían puesto. Luego empecé a ver la gente corriendo y yo les preguntaba que, qué pasaba y me decían que era que estaban acabando con el pueblo”. Afirma un habitante de Segovia.

Las personas que no hicieron parte del viernes cultural, y que estaban frente a sus casas charlando con los vecinos, fueron sorprendidos por el estruendo de la metralla y por las personas que caían acribilladas a su paso.

“Ese viernes en la tardecita me senté con mi hermana y otras vecinas al frente de mi casa, cuando estábamos ahí, faltaban como 20 para las siete, bajó un campero verde con carpita negra, iban varias personas dentro del carro, pero nosotros no le vimos la cara. (…) Al momentico, se vino corriendo un muchacho que era vigilante de una escuela, y le preguntamos que qué pasaba y nos dijo ‘¡la diana (heladería) se prendió, hay una balacera!’. (…) De una vez
levantamos a mi papá, que estaba sentado en el andén, mi hermano le dijo -‘éntrese papá que de pronto una bala perdida lo mata’- y mi papá le contestó -‘a mí qué me van a matar, yo ya tan viejo y enfermo’-.

“Nos entramos y los que estaban ahí sentados corrieron. Ellos (paramilitares) preguntaron por nosotros en la casa vecina. Empezaron a dar bala por la ventana de nuestra vivienda. Mi hermano agarró a mi papá, mi papá andaba
con un piecito arrastrado, a él le había dado trombosis varias veces. De los tiros que pegaron por la ventana, a mi hermano le dieron un ‘changonazo’ en una pierna, es una cosa que deja un hueco muy grande, yo no sé de armas.
Mi hermano me gritó ¡corra que me dieron!’. – Testimonio de testigo y sobreviviente de la masacre-.

Dentro de esa casa, que minutos más tarde la cobijaría la muerte, estaba una mujer con dos niñas, una tenía 7 años y la otra 9. En medio del pánico y la zozobra, ella solo pudo tirar al papá a la cama, pensó que si lo veían así de viejito y enfermo como estaba, no le iban a hacer nada.

El hermano que ya estaba herido en una pierna, la ayudó a subir, a ella y a sus dos sobrinas a un zarzo1 y él se metió en el tanque del agua. Otra hermana se había escondido bajo una cama y la mamá se había ido por el solar. Los asesinos, disparaban por todos lados, mientras hacían la avanzada por cada rincón de la vivienda. A la altura del comedor y de la alcoba de la mamá encontraron al hijo mayor y lo asesinaron, mientras gritaban ‘qué les da miedo manada de guerrilleros hijueputas, qué les da miedo, ustedes son muchos, por qué no salen’.

1 Zarzo: Se refiere a una especie de altillo.

Las dos niñas, sin tener voz ni voto en las orientaciones políticas del pueblo y sin haber decidido vivir esa barbarie, vieron, desde el zarzo, cómo le disparaban a su abuelo que tenía 75 años, que estaba enfermo e indefenso y que estaba alejado de cualquier activismo político. Las niñas temblaban, tenían
mirada de pánico, no entendían por qué esos señores habían entrado a matarlos a todos, tampoco entendían cómo el país les iba a devolver la esperanza y la razón de apostarle a una nación, que ni siquiera les había garantizado su derecho más elemental de vivir en paz y tener una familia.

“Vi desde el zarzo que mi hermano salió, se les arrodilló con las manos arriba y les dijo ‘¡ya no le disparen más, ya mataron a mi papá, ¿qué más quieren?!’ y le dijeron -‘a vos también gran hijueputa’-, le tiraron una granada y le destrozaron la cara, a mí me cayeron los sesos y la sangre. Yo tenía mucho miedo, yo veía cómo los iban matando a todos y cómo alumbraban esas balas, ellos disparaban para todos lados… yo solamente pensaba cómo iba a hacer para enterrarlos a todos”.

¿Detrás de la tormenta viene la calma?

Después de una hora, cincuenta ó cuarenta minutos, los recuerdos no precisan, cuando las armas parecían haberse acallado, las personas empezaron a salir de los diferentes lugares donde se habían resguardado. Todos salieron en busca de alguien, cada habitante tenía a quién buscar.

“Yo tenía un amigo que trabajaba en el bar Johny Kay y ya había escuchado comentarios que en ese bar había muchos muertos, yo quería asomarme y el señor con el que iba me acompañó. Cuando íbamos llegando, estaba la policía
bajando la reja del bar y luego se fueron para el comando. Habían muertos por todos lados, al frente del palacio municipal había un muerto, al frente de Johny Kay habían varios, porque ahí es donde cuadran los carros intermunicipales, al
frente de la iglesia habían varios muertos también.

“Nos asomamos por encima de la reja. Me impresioné mucho, las sillas estaban volteadas, había muertos por todas partes, había una persona que parecía que estaba como dormida en una mesa, pero ya estaba muerta, en el techo y las paredes había marcas de sangre, era aterrador. Por debajo de la reja salía mucha sangre y caía a la cañería, eso fue impresionante, porque era como un río que se iba por la cañería. Adentro había dos granadas que tiraron
y no estallaron, solo estalló la primera que tiraron afuera, yo creo que eso permitió que varias personas se salieran por detrás del bar y se salvaran. Estando ahí, se vinieron los policías y nos dijeron -‘ustedes se van a hacer matar gran hijueputas, la guerrilla está acabando con el pueblo, miren cómo hay de muertos’-, nos apuntaron con las armas y nos gritaban cosas, nosotros nos regresamos”. – Recuerda otro sobreviviente de la masacre.

Los segovienses no sabían quién había cometido la masacre, la versión era que la guerrilla se había tomado el pueblo, por supuesto era la versión que habían dado los pocos policías que en algún momento de la masacre salieron disparando al aire y gritando que la guerrilla se había tomado el pueblo; pero muchos de los testigos afirmaban que no era verdad, que eran los paramilitares los que habían acabado con la gente y con el pueblo:

“todos vimos el atropello de la policía con la población, decían que corriéramos y que no miráramos para determinadas partes, la gente corría como para llegar a sus casas y ellos las devolvían, a las personas que fueron a entregar el chance los hicieron entrar a la carrera con las manos en alto. La policía estaba en el comando, no se vio nada, solamente vimos a los policías que estaban ahí afuerita en el parque devolviendo la gente”.

Cuando parecía que todo había terminado, los vehículos se detuvieron en el barrio La Cruzada, que conduce al municipio de Remedios. Frente a la instalación militar que allí se emplaza, asesinaron a Olga Lucía Barrientes, confundiéndola con la militante de la UP, Olga Betancur. Más tarde, uno de los camperos chocó contra una casa, sus habitantes, quienes al salir a mirar qué había pasado, recibieron por sorpresa una ráfaga que silenció sus vidas.

Otro de los vehículos bloqueó el paso de una buseta que iba con pasajeros; hirieron al conductor y asesinaron a una menor de edad. “Pronto volveremos por los que faltan”, decían los tres asesinos, uno estaba encapuchado, otro tenía una peluca y el tercero tenía uniforme militar, a la vez que disparaban contra las casas de los vecinos del sector.

Los vehículos salieron por la única vía de acceso que tiene la población hacia Puerto Berrío, los carros deberían pasar por la base militar de Bomboná, pero no hubo ningún tipo de restricción, los tres camperos abandonaron Segovia, dejando atrás a 46 personas asesinadas y más de 50 heridos.

Los atacantes por fin habían logrado homogenizar el pueblo de Segovia, ahora todos estaban bajo un mismo dolor, cada uno de sus habitantes fue tocado por la masacre, algunos con familiares asesinados y otros con amigos, pero a todos los afectó de manera directa esta sangrienta noche.

El último adiós

El manto oscuro de la muerte cubría el duelo de todos los segovienses. Todo señalaba que la masacre era el castigo por haber optado por una nueva propuesta política, que les había rotulado como un pueblo guerrillero, cuyos muertos, simpatizantes de la Unión Patriótica o no, habían caído como una enseñanza ejemplarizante para todos que quedaban vivos.

“Cayeron personas que tenían que ver y también que no tenían nada que ver con la Unión Patriótica. La masacre fue una masacre como venganza porque la Unión Patriótica se había posicionado en el pueblo, la mayoría de concejales
eran de la Unión Patriótica, la alcaldía era de la Unión Patriótica, yo considero que era una venganza por eso”. Afirma sobreviviente a la masacre y militante de la UP-.

El sepelio colectivo fue algo impresionante y doloroso, todo el pueblo se volcó al entierro, todos estaban nerviosos.

“Cuando iban saliendo de la iglesia con todos los cadáveres en los ataúdes, la banda del colegio estaba cerca (…), sonó un tambor y la gente estaba tan nerviosa, que pensaron que era un tiro o una explosión y soltaron los ataúdes y muchos cadáveres se cayeron, entre ellos recuerdo el de William Escudero, que se salió casi del ataúd, hubo gente que salió corriendo, se caían, hubo gente lesionada, todos estaban muy nerviosos”. “la gente pensaba que habían vuelto, los ataúdes cayeron al suelo y como muchos murieron por las granadas, estaban despedazados y salían manos y piernas, después tocó volver a armarlos, eso fue impresionante, muy horrible”. – Recuerdan sobrevivientes de la masacre.

Largo es el camino de la impunidad y lo han tenido que recorrer los sobrevivientes, prueba de ello es que los únicos condenados que existen por esta masacre son las mismas víctimas, que a través de diferentes gobiernos han sido condenados a 20 años de impunidad y de olvido.

Solo el presidente Álvaro Uribe Vélez los recuerda para mancillar sus nombres, para vulnerar su dignidad justificando sus muertes porque eran de la Unión patriótica …porque fue una masacre contra la unión patriótica que se había posicionado políticamente en Segovia con su Alcaldesa Rita Tobón “nosotros nunca los olvidaremos y mientras vivamos estaremos todos los días de nuestra existencia exigiendo justicia, exigiendo que los culpables sean castigados y la memoria de nuestros familiares, amigos y compañeros sea elevada al pedestal en donde están los inmortales los imprescindibles”.

 

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