Condiciones laborales en la industria de la confección – Caso Vestimundo, tejedores de atropellos

Condiciones laborales en la industria de la confección – Caso Vestimundo, tejedores de atropellos

Las prendas de Vestimundo S.A. están en la mayoría de los hogares colombianos. Marcas como Gef, Punto Blanco, Baby Fresh, Galax y Casino se pueden encontrar con facilidad en todo el territorio nacional. Sin embargo, la popularidad de estas etiquetas no ha sido garantía suficiente para que sus trabajadoras cuenten con condiciones laborales adecuadas. Salarios precarios y largas jornadas de trabajo, acompañadas de malos tratos físicos y psicológicos, oscurecen el panorama laboral en esta empresa confeccionista. Un botón basta de muestra: el caso de Claudia.

 

Cuando Claudia* cuenta que es operaria en Vestimundo S.A., la empresa que confecciona las prendas de Gef y Punto Blanco, descubre en quien la escucha un gesto de sorpresa y la ya conocida sentencia: “Entonces a usted le pagan muy bien”. Con cierta resignación Claudia admite que no es así, que gana un salario mínimo como cualquier operaria de confecciones en Medellín, aunque lleve varios años de servicio.

Las condiciones laborales de las empleadas de Vestimundo han empeorado con el pasar de los años, dice. Las operarias y revisadoras antiguas recuerdan que antes, hasta hace unos diez años, la empresa valoraba el esfuerzo de sus trabajadoras, que en su inmensa mayoría son mujeres, quienes en ese tiempo eran contratadas en forma directa y recibían electrodomésticos en recompensa por su buen trabajo.

Ahora solo quedan 100 con contrato directo, las otras 700 que conforman la planta de personal, entre ellas Claudia, están vinculadas mediante empresas temporales, ganan salario mínimo, no reciben ingresos adicionales y son excluidas de cualquier tipo de negociación colectiva porque no existe sindicato. Hoy están por temporales, pero antes estuvieron por cooperativas de trabajo asociado y luego por SAS. Claudia recuerda que inicialmente estuvo con Participemos, luego con la Cooperativa Contratamos, posteriormente con Cooperativa Manos Productivas, después con Manos Productivas S.A.S., y finalmente, en el 2013, distribuyeron las operarias y revisadoras entre dos temporales: Vinculamos y Tiempos.

Claudia considera justo que las 100 mujeres más antiguas tengan mejores condiciones porque llevan más de diez años de servicio (algunas están desde la fundación de la empresa), pero lo que no entiende, ni acepta, es que trabajadoras como ella, que acumulan también una larga experiencia, no tengan esas mismas condiciones por el hecho de estar contratadas mediante temporales.

En el año 2010, según cifras de Acoset, existían en Colombia 552 empresas de servicios temporales (EST) con 164 sucursales. Tiempos S.A., una de las EST relacionadas con Vestimundo, se encontraba en el puesto número once entre las de mejores estados financieros, contaba con activos cercanos a $21 mil millones.

Claudia dice que sus condiciones laborales no cambiaron sustancialmente entre las cooperativas de antes y ahora con las temporales, pero reconoce estar cansada de “pasar de mano en mano”. Cada vez que le hacen un nuevo contrato debe retirar sus cesantías, y con ello un ahorro que a futuro podría permitirle comprar una casa para sus hijos. La gran productividad de la empresa le garantiza cierta estabilidad, pero siente que la vinculación a través de temporales le impide ascender y ganar beneficios, pese a la experiencia acumulada hasta ahora.

Trabajar, trabajar y trabajar

En Vestimundo el trabajo nunca es escaso, pues produce tanto para el mercado nacional como para la exportación a otros países. Es ahí cuando el peso de la productividad y de la generación de utilidades recae sobre las operarias de la empresa, así los beneficios de las ganancias adicionales no lleguen hasta ellas.

Cada tanto, las supervisoras de la planta de Vestimundo, ubicada en el sector Industriales de Medellín, imponen turnos de 12 horas, asegurándoles que son transitorios, durante un mes a lo sumo, mientras logran cumplir con la producción esperada. Sin embargo en el 2013 estuvieron 4 meses con estas jornadas extendidas, con los inconvenientes que ello tiene para las operarias y revisadoras, en su mayoría madres cabeza de familia, incluso con hijos recién nacidos: mujeres que no pueden permitirse abandonar sus hogares por tiempos tan prolongados, pero que lo tienen que hacer por temor a perder su empleo. “No es opcional, lo hacemos o lo hacemos, le toca”, precisa Claudia.

La mayoría de las trabajadoras preferiría no hacer turnos de 12 horas, así reciban unos pesos de más, pues para ellas el bienestar físico y las relaciones familiares son más importantes que el dinero. Por este motivo varias han renunciado y otras han hecho textos anónimos en los que piden que no las sometan a jornadas tan extensas, reclamos a los que la empresa ha hecho caso omiso.

Claudia dice que los turnos de 6 de la mañana a 6 de la tarde son extenuantes pero llevaderos, en cambio los nocturnos son insostenibles y han generado accidentes. Recientemente una mujer perdió una falange de su mano cuando pegaba broches y otra cayó desmayada. “Si fuera opcional, yo no lo haría, eso es súper largo. La semana pasada quedé enferma, sin alientos de quedarme a otro rato. Yo trabajaría de noche, pero máximo ocho horas”, manifiesta Claudia.

Aunque estos hechos han sido conocidos por la empresa, no se traducen en cambios en favor de las operarias. De hecho, las supervisoras les informaron que pronto empezarían turno de 12 horas porque la empresa está en proceso de traslado a una planta en Sabaneta y necesita recuperar el impacto que va generar el cambio en la producción.

El buen rendimiento también dejó de ser un incentivo. “Antes nos venían pagos catorcenales de 380 a 400 mil pesos gracias a la productividad (regularmente son de $280.000), pero el año pasado subieron mucho el estándar. Ya tenemos que producir más prendas por menos plata”, afirma Claudia. Si en el 2013 tenían que hacer 1.600 prendas para obtener beneficios, ahora deben hacer 1.900, cifra que en pocas ocasiones logran alcanzar.

Al respecto, Claudia piensa que es injusto que la empresa les exija tanto, que espere niveles de productividad que desbordan sus capacidades. “Lo lógico es que coloquen más gente, allá hay mucho espacio, hay módulos vacíos, es que Vestimundo es muy grande”, concluye.

Malos tratos

Para las operarias de confecciones la comunicación con las supervisoras es todo un karma, incluso se les ha vuelto incómodo hacer peticiones respetuosas y justas. “Cambiar con la compañera de turno es complicado. No dan permisos. Por ejemplo, nos piden que saquemos las citas médicas a determinadas horas del día, pero las citas con especialista no son cuando uno las quiere sino cuando las dan las EPS”, dice Claudia.

Tener hijos pequeños tampoco es motivo suficiente para que les permitan estar fijas en un horario. En definitiva, no hay excusas válidas, porque en Vestimundo todo es impuesto. Hasta la hora del almuerzo la define la empresa de acuerdo con la congestión en el restaurante. Las trabajadoras no tienen espacios de diálogo con sus patrones y la inexistencia de un sindicato genera desconocimiento de los derechos laborales.

“El ambiente siempre es pesado. Los que ponen a marchar el módulo presionan para sostener el rendimiento”, dice Claudia y recuerda que recientemente una supervisora le dijo a una operaria que no era útil, que mejor se fuera para su casa a aplanchar porque no servía para el puesto que estaba ocupando. La mujer renunció a los pocos días. En otras ocasiones, las supervisoras les tiran las prendas encima si quedaron con algún imperfecto.

Para completar, Vestimundo desconfía de sus propias empleadas. Antes de salir de la planta todas las mujeres deben hacer una fila, y las que sean seleccionadas tienen que ingresar a un cuarto al lado de la portería para ser requisadas. Les piden que se bajen los cierres del pantalón y de las botas, que sacudan la camisa y sobre una mesa desocupen los bolsos. “Eso es muy incómodo, pero si a uno lo meten allá tiene que ir. Imagínese uno a las diez de la noche, todo afanado, con ganas de irse ligero para el metro, y lo meten a uno al cuarto a requisarla”.

Les dicen que estas medidas están incluidas en el reglamento de trabajo, pero Claudia reconoce que no lo ha leído, pues solo piensa en llegar a la planta, hacer bien su trabajo, e irse a descansar y a pasar con sus hijos las pocas horas libres que le quedan.

Las operarias menos intransigentes han optado por la renuncia, mientras los miles de clientes de Gef en Colombia y en el exterior siguen comprando las prendas sin pensar que tras la etiqueta se esconde la marca del atropello laboral.

Publicada 11 de julio de 2014.

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