EL SUSPIRO QUE REFLORECE EL CATATUMBO

A lo lejos se escuchaba todavía el helicóptero, pero esta gente
aprendió a robarle a la guerra el silencio, y las fonomímicas y danzas
llegaron para completar la jornada. Finalmente, hablaron el presidente
de Ascamcat y, por parte de la comunidad de El Suspiro, doña Nidia,
quien muy emotivamente dijo unas palabras para clausurar las actividades.

 

 

Del 13 al 16 de octubre, los habitantes del Catatumbo salieron del
miedo y del terror al que han sido condenados a vivir, y se volvieron
a reunir durante el Primer Encuentro de la Asociación Campesina del
Catatumbo, “En medio de la violencia reflorece el Catatumbo”. En los
cientos de campesinos que se reunieron en San Pablo (Teorama, Norte de
Santander) convergieron sentimientos como la rabia y el dolor ante el
abandono estatal y la violencia paramilitar, junto a los sueños, los
anhelos y las esperanzas de construir un nuevo Catatumbo que permita
para todos la vida en condiciones dignas.

Y fue la dignidad y la resistencia que han caracterizado al
campesinado las que se percibían en el aire del parque central de San
Pablo, sitio donde se desarrolló el evento, y del cual ni siquiera la
lluvia nos pudo sacar. Por el contrario, parecía ésta el aporte de la
naturaleza para el reflorecer del Catatumbo. Aunque al encuentro
muchos campesinos y delegados no pudieron llegar, mientras otros
llegaron durante el transcurso o al final del evento, según la
evaluación realizada por la directiva de Ascamcat, el Primer Encuentro
fue un éxito y la Asociación salió fortalecida de él.

Una de esas comunidades que no pudo asistir y en la cual existe un
gran trabajo organizativo es la de la vereda El Suspiro, en la que
tanto la junta de acción comunal, como las asociaciones de mujeres y
de jóvenes son filiales de Ascamcat. De hecho, la iniciativa de la
asociación campesina surge en ese sector de la región. Su inasistencia
tuvo como origen el desarrollo de un operativo militar en la vereda,
en el cual el ejército advertía a los pobladores que “las fincas que
se encontraran vacías serían quemadas”. A pesar de lo anterior,
algunos delegados de El Suspiro llegaron a San Pablo, y ante la
situación que se estaba presentando, solicitaron a Ascamcat y a los
acompañantes del encuentro que conformaran una comisión que fuera
hasta El Suspiro en un gesto de solidaridad y hermandad con sus
habitantes. La respuesta fue afirmativa, y el día martes 17, después
de la asamblea de la asociación, tuvo lugar la salida hacia esta zona
del bajo Catatumbo.

Un suspiro por el Catatumbo

Ese día, cerca de 15 personas, entre directivos de Ascamcat,
estudiantes, comunicadores, y por supuesto, los dos incondicionales
amigos gringos del campesinado: Nico y Carmen, voluntarios del
Observatorio Internacional de Paz (IPO), salimos en un camión a las
7:30 de la mañana de San Pablo rumbo al puerto de El Cable (municipio
de El Tarra), al cual llegamos a la 1:00 pm, y donde abordamos dos
chalupas que nos llevaron a lo largo del río Catatumbo, hasta el sitio
conocido como Puerto Barranca. Durante el trayecto pudimos ver la
majestuosidad, infinidad y variedad del paisaje del Catatumbo: selva y
montañas atravesadas por infinidad de caños y quebradas que vienen a
dar a este bravo río. Pero también vimos la realidad a la que tanto
teme la comunidad: la guerra. Un helicóptero Arpía ametrallaba, según
nuestro boga, en la región de El Martillo, donde al parecer sostenían
combates las tropas del ejército y la columna móvil Arturo Ruiz de las
FARC-EP, grupo guerrillero que tiene presencia en esa zona.

Después de navegar por dos horas y media las aguas del río Catatumbo,
llegamos a Barranca, donde luego de tomar un fresco, salimos en
caminata hacia El Suspiro, en una travesía que se extendió por seis
horas. En el recorrido pudimos ver los rastros de la violencia
paramilitar ejecutada por el Bloque Catatumbo, iniciando en Barranca,
un puerto que como nos contara Juan, integrante de Ascamcat, era punto
de congregación y de comercio, donde llegaban víveres e insumos
agrícolas, donde existía oficina del comité de bogas, el cual no ha
podido recuperarse aún. Está hasta ahora levantándose de las cenizas
dejadas por el paso del paramilitarismo, que quemó todo lo que
encontró a su paso. Pudimos observar que sus palabras eran ciertas: la
oficina del comité de bogas está en ruinas, y en sus muros se puede
leer la terrorífica sigla “AUC”.

La larga trayectoria nos dejaba perplejos. Los paramilitares
destruyeron todo a su paso: muchas fincas otrora ganaderas fueron
quemadas y abandonadas, y hoy son devoradas por el monte; el camino en
cemento, construido con el esfuerzo y los recursos de la comunidad,
estaba lleno de rastrojo; los puentes fueron reconstruidos ya que
habían sido volcados por los paras; la escuela todavía tiene impactos
de arma de fuego que hablan por sí solos.

También pudimos ver que ante el abandono estatal y la crisis económica
del campesinado, esta comunidad no ha tenido otra opción que cultivar
coca, lo que a cualquier luz me parece sensato y aceptable como
alternativa de subsistencia. Lo que no es de ningún modo aceptable son
las fumigaciones como única opción presentada por el estado, porque ni
siquiera propuestas tan ridículas como la de “familias guardabosques”
han llegado a esta zona.

El encuentro con la comunidad

Llegamos cansados y en la noche a El Suspiro. La sorpresa y alegría de
la comunidad salió a la vista: nunca ha hecho presencia en la vereda
una comisión u organización alguna -ni siquiera regional-. Doña Nidia,
presidenta de la junta de acción comunal e integrante de la asociación
campesina, nos dio la bienvenida. Su alegría se mezclaba con la
preocupación por no tener mercado para hacernos una cena especial.
Nosotros le aclaramos que eso no importaba, lo importante era que
estábamos allí para manifestar nuestra solidaridad con la resistencia
que ella y los demás habitantes adelantan.

El miércoles en la mañana conversamos con integrantes de la comunidad,
quienes nos contaron sobre los robos cometidos por el ejército a su
paso días atrás (aves de corral fueron su objetivo principal), así
como sobre los atropellos cometidos contra campesinos por integrantes
de la Brigada Móvil No. 15 en meses anteriores. Una de las denuncias
nos dejó desconcertados: la comunidad tenía en dos astas la bandera de
Colombia y una bandera blanca, como muestra de ser una comunidad civil
y pacífica. A su paso, los soldados del ejército las quitaron
aludiendo que la guerrilla era la que izaba banderas en sus
campamentos. Es algo paradójico que una de las únicas reivindicaciones
de la soberanía de la nación en el campo colombiano, como lo es un
símbolo patrio, sea retirada por los “soldados de la patria”. ¿Harían
lo mismo con las banderas estadounidenses y británicas que ondean en
los campos de las multinacionales que usurpan los recursos?

En la tarde salimos rumbo a un cerro cercano donde pudimos observar
los restos de una avioneta fumigadora en la cual se alcanza a ver la
bandera yanqui. Uno de nuestros guías nos contó que en el año 2003,
durante una fumigación, esta fue impactada por guerrilleros de las
FARC y que los dos tripulantes murieron. Pero el ejército retiró sólo
uno de los dos cuerpos: el de un militar de nacionalidad
costarricense, mientras el otro quedó allí. Era un militar colombiano.
Los restos de prendas militares estadounidenses que se encuentran en
la montaña confirman la historia.

Al día siguiente, la comunidad tenía preparada una actividad
político-cultural, que incluyó un informe del Primer Encuentro de la
Asociación Campesina y un saludo por parte de la junta directiva de
Ascamcat y de los integrantes de la comisión. También unas bellas
palabras preparadas por el señor Roldán, líder de la comunidad, las
cuales fueron leídas por doña Nidia, donde se expresaba la difícil
situación que la comunidad atraviesa a diario, pero también las
esperanzas puestas en “esta semilla llamada Ascamcat, a la cual
cercaremos entre todos, y entre todos la regaremos y abonaremos para
que florezca y dé frutos”.

A lo lejos se escuchaba todavía el helicóptero, pero esta gente
aprendió a robarle a la guerra el silencio, y las fonomímicas y danzas
llegaron para completar la jornada. Finalmente, hablaron el presidente
de Ascamcat y, por parte de la comunidad de El Suspiro, doña Nidia,
quien muy emotivamente dijo unas palabras para clausurar las actividades.

El viernes 20 salimos de regreso. Por el camino conversaba con
Vladimir, sobreviviente, al igual que Roldán, del genocidio contra la
Unión Patriótica, quienes prefirieron, antes que exiliarse, internarse
en una comunidad como El Suspiro, perdida entre la selva, y construir
allí un proyecto organizativo con las bases y las masas campesinas.
Vladimir manifestaba que si bien la guerra sucia fue muy fuerte, a los
cuadros y dirigentes de la izquierda les faltó astucia y malicia para
enfrentarla, y que ahora que la cosa “ha mermado”, se pueden construir
proyectos organizativos en el Catatumbo, como nuestra asociación
campesina. Pero eso sí, sin descuidarse y aprendiendo de los errores
del pasado.

La comisión se despidió con la esperanza y la promesa de volver pronto
a esta comunidad digna y resistente, presta a cuidar, abonar y regar
la semilla de Ascamcat, volver a este suspiro que reflorece el Catatumbo.

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