No permitamos que se imponga la locura de la guerra

“No permitamos que se imponga la locura de la guerra”

 

Rigoberta Menchú
8 de marzo del 2002 El Siglo

Con profunda tristeza he conocido las noticias sobre el rompimiento de los diálogos de paz en Colombia y el inicio de una ofensiva militar en gran escala, para ocupar el área que funcionó durante cerca de tres años como zona de distensión para facilitar el proceso de paz. Con angustia recibí las noticias de intensos bombardeos aéreos, ataques de artillería y avance de tropas sobre el área en la que han estado asentadas las unidades de las FARC, pero que también está habitada por miles de pobladores civiles.

Mi preocupación es profunda porque conozco perfectamente la dinámica de las guerras y la manera como se desatan las escaladas que después nadie puede detener. Sé, por experiencia propia y porque así lo demuestra la historia, que dentro de la población civil se produce la inmensa mayoría de las víctimas de toda guerra. Tengo conciencia de la saña sanguinaria con la que actúan en Colombia las estructuras paramilitares y del respaldo que en muchos casos les ha brindado el ejército nacional, por ello temo que puedan ocurrir brutales agresiones contra la población civil de la zona. No tengo duda de que esas estructuras paramilitares serán las mayores beneficiarias de la situación que se ha creado, pues ahora tendrán las manos libres para actuar y desarrollarse. Es muy alto el peligro de que se cometan graves violaciones a los Derechos Humanos, especialmente en las regiones de Cauca, Arauca, Nariño, Putumayo y Catatumbo.

Afirmo que quienes apuestan por la guerra están equivocados. Jamás la solución militar ha servido para resolver conflictos que tienen sus orígenes en la injusticia, la desigualdad y la exclusión. Las pretendidas soluciones militares sólo han servido, como lo demuestra dramáticamente lo ocurrido en mi país Guatemala, para ahogar en un baño de sangre a la población civil no combatiente.

La situación se torna aún más grave y peligrosa por la vorágine guerrerista que el gobierno de los Estados Unidos está extendiendo por el mundo. La escalada militar desatada en Colombia nos permite entender ahora los verdaderos alcances del “Plan Colombia”. Los riesgos de la extensión del conflicto hacia otros países de la región andina son hoy más fuertes que nunca. Si se impone esa locura de la guerra, las consecuencias serán catastróficas para la región latinoamericana y para el resto del planeta.

Esa es la responsabilidad que recae sobre quienes, desde el gobierno y otras esferas del poder en Colombia, han venido proclamando la salida militar. Es también la responsabilidad de quienes, desde las organizaciones insurgentes, optaron por agudizar el conflicto atacando a la población civil. Unos y otros desoyeron el clamor de la sociedad civil a favor de la paz. Unos y otros, con intereses y objetivos diferentes, deberán responder por sus actos ante la humanidad y ante la historia.

Nos toca ahora, a quienes dentro y fuera de Colombia nos oponemos a que se imponga la locura belicista, promover y apoyar la resistencia civil a la guerra. Debemos exigir a las partes que han optado por el enfrentamiento armado, el mayor respeto para con la población civil no combatiente. Nos toca ahora, a pesar de las adversidades, demandar enérgicamente que las partes vuelvan a crear condiciones para retomar el camino del diálogo y la negociación política. Aprendamos las lecciones de la historia: no existe otra salida para un conflicto como el que desgarra a nuestra amada Colombia.

A pesar de que suena como utopía, sigo creyendo que no se ha agotado la esperanza del diálogo, de la negociación, de la solución política. Desde mi espíritu profundamente latinoamericano y a partir del sentimiento de las víctimas del genocidio que ya han sufrido nuestros pueblos, clamo ante las partes confrontadas para que, en un acto de cordura, le den una nueva oportunidad a la paz y encuentren fórmulas para la negociación política.

Personalmente expreso mi respaldo a la convocatoria para la realización de un CONGRESO NACIONAL DE PAZ, que han lanzado importantes organizaciones de la Sociedad Civil colombiana. Con esa iniciativa proponen evaluar el proceso de diálogo que ha fracasado, diseñar nuevas estrategias de la Sociedad Civil y elaborar un mandato ciudadano para entregar al próximo gobierno colombiano, para la reapertura de caminos para la solución política negociada. La resistencia civil a la guerra merece todo nuestro apoyo y acompañamiento.

Desde las entrañas del Pueblo Maya, que ha sufrido el peor genocidio cometido en América en el Siglo XX, pido al Corazón del Cielo y de la Tierra que nos ilumine y nos ayude a mantener la convicción y la fortaleza necesaria para construir la paz a pesar de las adversidades. Que nos anime para alimentar la certeza de que la paz en Colombia es posible, a pesar de la locura de los guerreristas. Que la fuerza de la vida triunfe sobre la muerte.

* Premio Nóbel de la Paz

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