¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!

Pese a que las AUSAC se resistieron a hacer parte de las Autodefensas Unidas de Colombia, proyecto paramilitar de tipo nacional que se consolidó en 1996 con Carlos Castaño a la cabeza; desde ese entonces construyeron una historia de terror por su propia cuenta. Su comandante en la zona de Santander, el jefe paramilitar Camilo Morantes, orientó operativos contra el puerto petrolero, asesinando líderes sociales y supuestos simpatizantes de las FARC-EP, el ELN y el EPL, para robustecer su poder en Barrancabermeja, el Sur de Bolívar y el Cimitarra, y controlar el tráfico de gasolina[i].

Siguiendo la ruta trazada por Miller Bolaños, conocido como “Michael”, un desertor de las FARC e informante del Batallón Nueva Granada, con sede en Barranca; los paramilitares recorrieron los barrios El Campestre y El Campín, asesinando y secuestrando a las personas que sus informantes les indicaban. El objetivo, como lo declaró años después el “Panadero”, era no dejar cadáveres y tardar máximo treinta minutos, tiempo en el que la Fuerza Pública aplicaba la ley del hielo a los llamados de auxilio de las comunidades, mientras los paramilitares cometían sus crímenes y emprendían la huída hacia San Rafael de Lebrija.

Desde 1994 las órdenes de Camilo Morantes se desplegaron desde este corregimiento de Barrancabermeja al resto de la región. Allí tenían las AUSAC su centro de mando, en una finca cuyo propietario era el ganadero y diputado liberal Celestino Mojica Santos, asesinado en Bucaramanga en 1998.

Pese a que en la incursión del 16 de mayo los paras dejaron siete muertos, demoraron diez minutos más de lo planeado, y salieron rumbo a San Rafael de Lebrija en dos camionetas, una de ellas robada, con 25 personas secuestradas, ninguna autoridad se interpuso en su camino.

La primer víctima mortal de la noche fue Germán León Quintero, del barrio El Campestre, quien intentó escapar cuando los paramilitares quisieron obligarlo a entrar a la camioneta, y le dispararon en plena vía.

A las 9:30 de la noche llegaron a la cancha de El Campín, donde las familias del barrio celebraban un bazar para recoger fondos para un grupo de danza infantil. Mientras la gente temblaba tendida sobre el suelo, los informantes señalaban con su dedo inquisidor a los supuestos guerrilleros.

Pedro Julio Rondón Hernández, el segundo en morir, fue degollado por Javier Cristancho, alias “Baby”, sobrino de Camilo Morantes, al negarse a subir a la camioneta.

Ya a las afueras de Barrancabermeja, en la vereda Patio Bonito, el “Panadero” ordenó matar a cinco, sin importar quienes fueran, para reducir el peso de uno de los vehículos, que estaba a punto de volcarse.

Entre tanto algunas mujeres de ambos barrios corrían a la estación de Policía y al DAS, sin lograr reacción alguna. Mientras en la estación sólo habían dos agentes, en el DAS estaban de fiesta, testificaron algunas de ellas.

En su recorrido los paras atravesaron el mismo lugar de donde el Ejército había retirado un retén con vehículos y unidades de infantería. En la posterior investigación se estableció que el retén había sido levantado justo a la hora en que comenzara la incursión paramilitar[ii].

Después de llegar a Papayal, una vereda cercana a San Rafael de Lebrija, los 25 secuestrados fueron asesinados de uno en uno durante los siguientes 23 días a la incursión paramilitar. Mientras, en el puerto, los barranqueños se movilizaban exigiendo “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.

En la versión de El Panadero, en marzo de 2010, el paramilitar ratificó la vinculación al crimen de miembros de las Fuerzas Militares, aclarando que un capitán y un mayor del Ejército adscritos al Batallón Nueva Granada, el director del DAS de la época en el puerto petrolero, y un coronel y un teniente de la Policía del Magdalena Medio, facilitaron la incursión paramilitar.

No obstante, en ese mismo año, el Juzgado Primero Penal del Circuito Especializado de Bucaramanga condenó, a 20 años de prisión, por su coautoría en los delitos de homicidio agravado en concurso homogéneo y sucesivo, y desaparición forzada, a Hermes Anaya Gutiérrez, alias Chicalá; Jorge Anaya Gutiérrez, alias El Zorro; Fremio Sánchez Carreño, alias El Loco Esteban; Alexánder Gutiérrez, alias Picúa; Joaquín Morales, alias Danilo, Ovidio Sánchez Martínez, y Javier Pumarejo Martínez, El Panadero.

Queda, entonces, la certeza de que aún no se ha hecho justicia. Y el recuerdo, nutrido año tras año, de los que ni se fueron ni volvieron.

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